Juan Antonio Ibáñez y Julio de Benito, delegado de IDEAL en los años '70, entrevistando a Rosario López. :: ARCHIVO CANDIL :: IDEAL JAÉN. |
En
un poema reflexiono y escribo: Que será de mí cuando un río, en cauce de
testimonios, vaya dejando, palabra a palabra, aquellos inacabados viajes por la
memoria, que detalla y el olvido adormece.
Y
aquí estoy, no en el olvido, sí en la memoria que detalla y vive de nuevo la
historia que fue en nosotros llama vivida y sentida desde el crepúsculo que no
quiere dejar de latir como, inexorablemente, marca el calendario del tiempo. Y,
además, para dejar que mis ojos se humedezcan y la sonrisa del recuerdo se
revuelva inquieta frente a la tristeza.
Y
es que Rosario López, Chari, desde los sentidos de la amistad y en su adiós,
requiere mi voz de llanto para unir palabras que, sin decirlo, la existencia
decidió que los dos, antes, protagonizáramos. Sea mi deseo hablar del perfil
artístico y humano de esta, nuestra cantaora. Cierto es que su duende, su
capacidad profesional, se entremezclaba con su forma de ser, creando en su
entorno cariño y admiración hacia su arte; porque ella, Chari, era, es, un todo
en el escenario y en su trato personal. Y bueno será referenciar que el
flamenco -lo dicen ilustres escritores e investigadores-, es un modo, una forma
de vivir, de sentir una cultura, de oír los aldabonazos de un pueblo a las
puertas de la verdad.
La
historia nos dice que en los años setenta, por tierras jaeneras, un grupo de
aficionados decidió hacer suyos esos aldabonazos que los rumores del pasado nos
acercaban en hermosa transcripción de música y palabra. Y miren por dónde, allí
estaba Rosario López, en el centro de la reunión, del grupo de amigos. Para
indicar el camino con su cante, con sus maneras de concebir y sentir el quejío
de un grito oculto, que de vez en cuando, araña a un ser determinado, a un
elegido, porque necesita salir, respirar y decir.
Ese
grito se llama Andalucía. Sin más vueltas, huyendo de desviaciones
territoriales que el final terminan en una geografía que se mira en el gran
espejo –«mar que ama el silencio»-, para huir de la realidad impuesta desde las
cordilleras del desafío.
Y
Rosario, Chari, fue y es musa de madrugada, cobijada entonces, en el ‘tempo’ de
una época que nosotros, cada día, inventábamos. Y tú, Chari, decías con un
gesto, aquello que el pueblo determina que sea. Pueblo herido por las músicas
dispersas de la existencia que, para mí, es el cante en su propia raíz.
Así
fue como Rosario López anidó, en su ser, la luz del parto supremo del saber.
Los escenarios, las Peñas iban recibiendo su visita, su Ángel, su personalidad.
Y ella dejaba su definida impronta. Su permanente actitud en el duelo cotidiano
con los duendes. Duendes que no duermen y que, ansiosos en la penumbra, asaltan
las múltiples formas de hablar en Libertad. Don Miguel de Cervantes, como
caballero andante, ingenioso e hidalgo, ya proclamó: «La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los
hombres dieron los cielos». Esa libertad impresa en la razón que reivindica
la memoria, para ser uno mismo, con sus duquelas y aquella nostalgia, colgada
en los versos de la vida.
Es
un rosario de ayes, de penas ahuyentadas por alegrías, y aquel ilustre llanto
bailando por tientos-tangos. Es Rosario la que canta y llora de madrugada, con
sollozos de una garganta esclavita de su mirada. Es el duende que rompe y se
deshace, que desnudo la belleza vive y muere, sin el calor de nadie. ¡Ay!, que
Rosario dice.
Chari,
me dirijo a ti allí donde estés. ¿Te acuerdas de esas páginas abiertas a los
sentimientos que compartíamos auspiciados por la felicidad de la sonrisa joven
de aquellos años? ¿Recuerdas cuando un camino de rosas invitaba a la Luna a
mirarse en él?
Tiempos
que la magia de lo imposible hacia verdadero, palpable, ruidoso para ser
cierto. ¡Ay! ¡Cuántos peldaños subimos juntos! Ahora los bajamos desde la
soledad cercana. Y puede que la fortaleza nos haga, en ocasiones, ahogarnos en
lágrimas, suspendidas en un arco iris de notas musicales no definidas, y, por
tanto, inconcretas, pero sí verdaderas.
Y
he dicho que la Peña Flamenca de Jaén
ha tenido la suerte de contar siempre entre sus socios, entre sus amigos, a
grandes artistas. Todos ellos son ese cuerpo que trasiega, que vive, se funde y
confunde con el aplauso, con el entusiasmo, con el clamor del alboroto y el
silencio en la quietud del cante. Cuerpo que no es otro que el afortunado
poseedor de la ciencia y la sabiduría de nuestro arte y que transmite con su
voz, con su baile o toque.
En
mil novecientos setenta y uno -quizás la primera vez que lo hiciera
refiriéndome a Rosario López- escribí:
«por la guitarra empieza a rodar una lágrima. Una mujer cantaora por la gracia
de Dios, junta sus manos, cierra los ojos, inclina la cabeza, y el silencio es
tan denso que se puede cortar con una navaja de Albacete; de esas que cantara
Federico García Lorca. Y la guitarra da paso a la voz, y la voz todo poderío
dice unos versos que tradujera, desde el rincón de un corazón que suspira, el
mejor poeta de todos los tiempos, el pueblo. La siguiriya tuvo que rendirse ante
su dolido y solemne quejío».
Años
más tarde, yo mismo puntualizaba: «ha
recopilado en su voz, junto a la llama de una afición inquebrantable, la mejor
tradición. Cuando dice, cuando interpreta un estilo, la historia del flamenco
encuentra en su voz una transmisión de resuelta verdad».
Y
hoy debo añadir que «ha sabido recoger
todos los viejos ecos; por viejos, auténticos ecos, de un arte forjado en el
yunque de la historia; o sea a golpes de sufrimiento, modelando el eslabón, ya
no perdido, que enlaza pueblos y culturas Ella se hizo albacea y matrona del
cante, mientras su voz pellizcaba al tiempo, en sublime grito de Arte Flamenco».
Termino.
Sigue cantando, Chari. Canta para alumbrarnos cada mañana y convocarnos al gran
espectáculo del amor que, a pesar de las inclemencias, nos asiste. Porque tú
serás para nosotros, para quien una vez más se asoma a tu persona, nuestra, MI
CANTAORA.
JUAN
ANTONIO IBÁÑEZ
Periodista y
socio fundador de la Peña Flamenca de Jaén
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