lunes, 26 de diciembre de 2016

Pregón flamenco de Navidad 2016 en la Peña.

Quiero recordar que fue en la Navidad de 1974 cuando asistí a mi primer Pregón Flamenco de la Navidad  en la Peña Flamenca de Jaén como novato socio de la entidad. Entusiasmo y alegría recorrían mi persona ante el hecho de escuchar a dos grandes artistas como Rafael Romero “El Gallina” y su amiga y alumna Rosario López. Admiración igualmente por poder asimilar la preciosista retórica prosística y poética de Ramón Porras González.  Y satisfacción por el momento vivido, el cual, tras muchos años, ha pasado a ser un acontecimiento en mi vida tan importante como reunirme con mi familia y amigos en tan señaladas fechas. Cuarenta y dos años después las sensaciones han vuelto a ser las mismas a pesar de todas las vivencias experimentadas en una de las noches artísticas más señaladas para los aficionados jiennenses.

Muchos han sido los pregoneros y bastantes más los artistas que han desfilado por el escenario de la entidad capitalina. Eminentes personajes además de Ramón Porras, como Juan Antonio Ibáñez, Vicente Oya Rodríguez, Fernando Arévalo, Fernando Calahorro, Alfonso Sánchez Herrera, Marcos Gutiérrez, Carmen Espín, Felipe López, Cristina Nestares, Gabriel Ureña, Lucas Martínez, etc.  Y artistas como los citados Rafael Romero, Rosario López (imprescindible desde los comienzos hasta su retiro por enfermedad), Manuel Soto “Sordera” con sus hijos Vicente, Enrique y José Soto “Sorderita”, Manolo Simón, Chano Lobato, Carlos Cruz, Miguel Vargas, Manolo Canalejas, Rafael Villanueva, “Niño Jorge”, etc.

Este pasado jueves, 22 de diciembre, fue protagonista en la parte académica la alcaudetense Yolanda Caballero, actual Delegada Provincial de Educación de la Junta de Andalucía, que fue presentada por el secretario de la Peña, Alfonso Ibáñez, de la cual dijo“Yolanda, además de ser licenciada en Filología Inglesa por la Universidad de Jaén, ha sido política desde que nació, y desde siempre supo que había algo que cambiar con hechos y no con palabras: la desigualdad, que no puede concebirla de otra forma como mujer comprometida. Luego vino la posibilidad de ser concejala y abrazó con pasión la política local durante diez años. Década en la que soñó y se ilusionó con proyectos culturales y educativos para su pueblo, pasando posteriormente a desempeñar el cargo de Diputada Provincial de Cultura y Deportes, y posteriormente de Igualdad. En esta tarea se entregó a trabajar por resaltar la labor silenciada de la mujer.”

En su alocución, la pregonera estableció un discurso reivindicativo encabezándolo con la aseveración “¡Pienso en flamenco! Este es un arte patrimonio de la gente humilde y trabajadora. Es valentía y pasión. Es lo nuestro y es mío también. Y en esta peña se encumbra nuestro arte.” Aludió seguidamente a vivencias navideñas de su infancia y sus recuerdos de los fandangos de Juanito Valderrama y también de sus villancicos. A las letras alusivas de estas fiestas como la copla “Noche de Reyes” de Pepe Pinto, y a los entrañables villancicos de Rosario López. Tras reivindicar a lo largo de su exposición el protagonismo de la mujer en todas las tareas de esta sociedad, en su parte final recomendó a los asistentes “Qué nadie os quite la gloria de ser felices con lo simple”, y a los que acuden a los espectáculos flamencos “Qué nunca se sale de una peña como se entra”, en función de cómo el flamenco suele entusiasmar a los que se apasionan por nuestro arte.

La parte ilustrativa del Pregón, la artística, la comenzó Verónica Pérez “Canalejas” con rememoraciones de su casta cantaora con arte, potencia tonal, conocimiento estilístico y compás por bulerías, rematando por letra popular de Carchelejo. Su siguiente interpretación la basó en el villancico “La Estrella del Horizonte” que entre otros popularizara su abuelo “Canalejas de Puerto Real”, con evocaciones soleareras de Rosalía de Triana y ecos de la popular “Tarara”. Prosiguió con el romance de “Madre en la puerta hay un niño” por bulerías de Cádiz y prestante ritmo, dominando el compás y manteniendo el tono preciso, adobado todo de entrega cantaora. Finalizó con el popular “Compadre Juan Antonio”, evocando una vez más la saga cantaora de su padre y abuelo.

Carmen Gersol volvió a constatar su enjundia y entrega con una letra navideña por tangos, bien arropada por José Rojo, y un acompasamiento adecuado del estilo. Posteriormente, se entregó en los famosos campanilleros con potencial tonal, así como con las resonancias que su progenitor siempre ha establecido de su admirado Pepe Menese. En una línea más personal y en similar tesitura, posteriormente recordó una letra que en su tiempo popularizó el utrerano Enrique Montoya. Finalizó con letra navideña por bulerías por soleá con dominio del compás y entrega cantaora.

Mari Cruz “Canalejas” ofertó primeramente los ecos que su abuelo Juan Pérez “Canalejas” estableciera de “El Niño Gloria” y ciertas sonoridades de Rafael Romero “El Gallina”, adobadas de la templanza que de los referidos realizó su padre, Manolo Canalejas. La siguiente interpretación la redondeó con la acrisolación navideña por bulerías de su progenitor y bastantes aproximaciones al tono cantaor de su abuelo. En los campanilleros mantuvo lamismas tesituras referidas con leves desentonos que fue corrigiendo con cierta profesionalidad como avanzaba en su interpretación. Finalizó con prestancia por el más conocido de su abuelo y con matices sobresalientes de “El Gloria”, villancico que igualmente remató con letra popular de Carchelejo. 

Eduardo Martínez Redondo “Niño Jorge”, una vez más resaltó su calidad interpretativa evocando a Rafael Romero por el popular villancico de Andújar con singularidad flamenca. En los tangos rindió homenaje a la creatividad que en su día establecieran Francisco Moreno Galván en la letra, y José Menese en el cante, con valentía tonal y adecuado compás. Posteriormente estableció profesionalidad y conocimiento con una interpretación inicial por bulerías de Cádiz, realzando seguidamente los ecos jerezanos y las sonoridades de “El Gloria”, derivando seguidamente al romance flamenco con influencias de Mairena, para redondear el villancico por fandango caracolero. Concluyo su participación con los campanilleros en su línea de poderío tonal, conocimiento, entrega, y claras resonancias meneseras. 

Resolutivos y profesionales fueron los acompañamientos de Antonio Gómez y José Rojo, en los que establecieron sincronicidad con sus acompañantes, ofertando maestría en las tonalidades, frescura y alegría en los estilos festeros, dominio del diapasón en sus variaciones y singularidad en las falsetas, y comedidos compases para un adecuado desarrollo de los estilos.



* * * * * * * * * * * * * * * *

PREGÓN FLAMENCO NAVIDAD 2016
(de Yolanda Caballero Aceituno)

Ya lo ha dicho mucha gente antes que yo, pero es que me sale así, sin trabajo. Y así saldrá una y mil veces más, de mi boca y de otras: el flamenco es sentimiento. Desde niña me acunó en sus brazos y me dejó un legado de soleás y bulerías que se acompasan con el ritmo de mi vida. Hoy, cuando me abandona la frialdad de la razón y me guío por lo que me dicta el corazón, pienso en flamenco. El flamenco es pureza. Es el dolor sentido hasta el desgarro y la alegría solar que revienta las costuras de la pena y se comparte con generosidad en la fiesta. Es quejío de dignidad y de nobleza. Es el patrimonio, de siempre, de la gente humilde que cantaba en la siega, en la mina, en la fuente, entre olivos, en las fronteras de la pena. Igualador y poderoso. Imponente. El flamenco es valentía y pasión que no le pone freno a la expresión del sentir. Es lo auténtico, sin dobleces ni máscaras. Es lo nuestro. Lo mío, tan mío.

Muy buenas noches, a todos y a todas, compañeros y compañeras de camino, de época compartida, convulsa y apasionante, época de esperanzas de revolución y de realidades de involución. Así se va contradictorio el 2016 y nosotros aquí lo despedimos en su agonía. Os saludo con sonrisa amplia y corazón abierto, compañeros y compañeras de peña y de alegrías.

En la vida hay quien recibe honores y quien se muere esperándolos. Yo, cuando me llamó Alfonso Ibáñez y me propuso dar este pregón, me sentí destinataria de uno bien grande al poder cantarle aquí con mi sencilla palabra a la fiesta que alumbra el invierno. A mi palabra la domesticó la filología para abrazar sentires en otras lenguas, pero esta noche viene aquí a vosotros bien apegada a la tierra, a lo que siempre he sido y a lo que me moriré siendo, a la obligación primera e infinita de dar las gracias ahora y cuando pase este rato que, como sale por la garganta de Carmen Linares, es “un ramito de ambrosía en el huerto de la hiel”. Gracias grandes y que se sientan, como me enseñó a darlas mi madre. Vuela mi palabra a vosotros breve y ojalá que certera en trasladar lo que siento. Abridme un ratico la puerta.

Hablar aquí una noche ¡cómo si eso fuera poco! Dejar mi sentir en uno de los pocos lugares sanos que nos quedan, donde se habla de arte y se hace arte y se comparte arte y se contamina al arte con más arte. Donde se encumbra al arte sin preguntar la procedencia ni el credo. Donde se festeja y se pregona la navidad cristiana y la otra que hasta enternece al ateo, como pasa con “Las Fatigas del Pastor”, de José Domínguez el Cabrero.

¡Ay, qué grande hablar aquí! En este espacio que sin ni siquiera saberlo ni pretenderlo es dulcemente subversivo, porque se planta altivo ante estos mundos de internet, ante estos mundos de rapidez en la ofensa, de impacto inmediato de la mentira, ajenos con frecuencia a ese ir de frente tan flamenco. Me planto yo también, con vuestra fuerza, ante estos mundos de comparaciones, que todavía hoy, ¡quién lo diría! necesitan que haya ganadores y perdedores para humillar la hermandad.  Me planto ante estos mundos que no son muy hospitalarios a lo que la serenidad y la lentitud que aquí se cuecen a fuego lento reclaman. Hablo aquí, y que luego guste o no guste. Pero acepto de cara mi destino: que a mis palabras las venza el cante.

En las entrañas de mi infancia laten diciembres de hielo. Estampas de mi sierra Ahíllos plateaíca de frío. Y eran días de coplillas de la gente buena del campo cuando volvía de la aceituna, de cantes de matanza, de compases de los mulos que me tropezaba por las calles de Alcaudete a la vuelta de la escuela. ¡Qué grandes, qué negros, qué miedo! La intensidad de estos días siempre la sujetaba mi bisabuelo, remendando los fardos y untándole manteca a mis botas. Así vivíamos: pegados a la lumbre y a los cuentos. Bebiéndonos a tragantadas con esa honestidad antigua, tan flamenca, el tiempo que ya nunca vuelve. Aquel que fue mi mejor tiempo, acompasado al ritmo de los fandangos de Valderrama que con ronca garganta entonaba quien se quedó sin su mujer, tan guapa, un poquillo antes de que empezara la guerra. Quien me hablaba de quienes se escondieron en la sierra. Quien me ilustraba de hambre y de penurias, pero que nunca albergó ni odio ni resentimiento en su corazón y me hizo libre de rencores y abierta a todos los afectos. Quien me llevaba de su mano a la feria de ganao y me enseñó a acariciar los borriquillos de algodón. Ése era José Márquez, mi bisabuelo. Mi infancia entera y mi ética. Va por ti, y por tanta buena gente que esta noche se ha juntado aquí. Con mucho respeto. José: ¡quién pudiera oírte cantar aquella que te contenía, que te resumía y que te vestía, y que así decía!

Un chavalillo cortó
Flores blancas de un almendro
Y en vez de sentir rencores
El almendro respondió
Con una lluvia de flores

Con una seriedad antigua y dulce que después ya no he conocido en nadie, mi bisabuelo tejió una Navidad donde lo más bonito era jugar con el deseo de la espera a los Reyes Magos y sujetar la conciencia y la acción al compromiso con los hijos y las hijas de los que no tenían nada que esperar. Y es que es encender las primeras luces de fiesta, y se me llena la casa de aquello que mi Francisco me canta por Pepe Pinto: “Era una noche de Reyes, los Reyes Magos pasaron/ y para llevar juguetes/ al hospicio se acercaron/ Y aquel niño le decía/ Mago de mi corazón/ tráigame usted a mi madre/ que quiero conocerla yo”. Y así, poquillo a poco, me enseñaron mis mayores la navidad de hermandad, la navidad del dolerme del sufrimiento de los demás, la navidad con la que me paseaba bajo las lunas de invierno por esos bares de humildes con cristales empañados yo ya no sé si era del frío o de resignación o de dignidad.

En el corazón de la Navidad laten brindis de alegrías y quejíos ahogaos de ausencias. ¡Qué no daría yo porque Rosario López iluminara con su cante la Peña Flamenca de Jaén esta noche!

Del hielo de este tiempo, yo me he hecho una coraza. Y frente a la acritud de tanta arrogante manipulación, me arrojo a los brazos de la profundidad humilde que no sale en la televisión. Y me doy por entero cuando me lo dice el corazón, y me parto y me reparto sin protocolos. Y le hago homenaje a ustedes y a quienes me enseñaron que hasta el deseo que más quieres para ti, con los demás se comparte. Y yo quiero que sintáis lo que yo sentía cuando niña: asomarme a la ventana del cielo azul de invierno la mañana de nochebuena y sentir el olor a pureza sin maldades de la ropa recién tendida y volver la cara a tierra, y ver a la abuela con la dulzura del resol y las hojaldrinas de Mata. Y abrazarla y estrujarla. Y esperar la noche de las visitas del juego para los chiquillos, la noche de las visitas salvadoras para los mayores tristes y para los perdedores. Saborear la hermandad y hacerse fortaleza con ella. Y sentir en el olivar, mientras mis padres se afanaban con las ramas de plata, aquel pajarillo que cantaba y que decía mi madre que anunciaba agua. Buscando nidos vivía. Rompiendo la helá blanca y la negra con estas rodillas que luego ya jamás querrían volverse a hincar por otro motivo que no fuera respetar a la tierra. Y eran los hombres honestos del campo los que me aupaban en sus hombros. Y era yo la que llenaba con mis hermanos esas espuertas con olor antiguo a faena y a vida. Y a la vuelta el sol naranja y algún cante de campo. Y todo se empapaba con la fuerza de la tierra. Y me  dormía al brasero de picón de Sierra Morena mirando el brillo de las figurillas del belén que ponían las benditas manos de mi madre. Me revienta de sentimiento el corazón al volver sobre mi catálogo auténtico de alegrías. Y, con este movimiento, lanzo ahora mi deseo: que nadie os quite la gloria de ser felices con lo simple. De pasar por la vida siendo lentitud y muriendo como las ascuas de cariño.

Y de mis asuntos voy a los vuestros, porque tenéis tanto dentro, que yo quisiera esta noche hacerle un homenaje a la alegría en vuestros términos. Y así voy este ratico de lo mío a lo vuestro, y a lo mío de nuevo, como suele ocurrir con lo que se gesta con sentimiento. La alegría nace con la cara de la chiquilla que ve pasar a los reyes magos y se entrega a su lluvia de caramelos. Papelillos de colores en las calles del pueblo. Colores y esperanza para el pueblo. La alegría la hacen las gitanas que bailan sin censura en la plaza la madrugá de nochebuena. Los gitanos con su chaqueta nueva de un día, de terciopelo. La alegría la hace quien no se guarda las luces y las saca al balcón y quien le da cobijo a quien esas luces le duelen. La alegría la hace el vocerío animoso de quienes rompen la helá de la mañana antes de tomarse un café en los bares de siempre. Nadie podrá con ellos nunca. La alegría la hacen los ruidos de los oficios antiguos, los Aceituno y sus zapatos. La botella de anís y el tenedor de Trini la encalaora. La pureza de la estrella de la mañana. El frío que corta en la cara. El aire que agita los pinos antes de que venga la nieve. Y luego todo se queda quieto. Alegría que es manto de silencio. La alegría nace cuando los de la última fila se ven, aunque sea por una vez en la vida, en la primera. Cuando estás con flamencos que se sacan coplas hasta de sus desgracias. La alegría nace cuando veo que mi madre, que vive de día y de noche cuidando a mi padre, entona letrillas de dulzuras que meten el sol en la casa. Y entonces todo se llena de sentido. Alegría de la gente que cuida y que trae dignidad a los humildes, a los dependientes, a los que los poderes impuros relegan a la periferia. Alegría de juguetes tras las alambradas y de voluntarios en las calles de la guerra ¡Qué alegría, compañeritos, de la gente buena!

Y ahora, en estos días que corremos a abrazarnos y a descorchar botellas de humanidad, desde aquí, desde este rincón tan flamenco que irradia fraternidad, abrazo con corazón activista a los que sufren las concertinas y los campos de refugiados. A las que se las come la pena, a los chiquillos de Aleppo. A quienes no tienen esperanza o la están perdiendo. A quienes les cortan la luz y les tapan la boca. A los que piden tierra y se la niegan. Venga, Cabrero, di como tú lo dices sin decirlo que el flamenco lo es todo menos indiferencia. Destierra de este mundo al criminal machista y cuelga en la estrella de Oriente esta etiqueta: batalla al egoísmo prepotente que ningunea. Arráncame a la Paquera de Jerez por bulerías de nochebuena y que revienten las costuras de toda esta pena.

Tiene el cante raíz honda, y se besa con los aires de África. Desde estas luces veo allí a una chiquilla que rompe las cadenas de ablaciones y miserias y se escapa besando la estampa de la suerte por la negrura del mar. Ojos negros profundos, sedientos de abrazo solar. Quien no le abra la puerta en esta tierra que siempre supo de penas no tiene ni memoria, ni conciencia, ni dignidad. Con cada patera, se estremecen de dolor y de vergüenza los campanilleros de la Niña de la Puebla. Flamencos de mi tierra, uníos por caridad, y junto con la leche y las vacunas llevadle a los niños del mundo canciones, porque tuvo que ser cosa de la dulce inteligencia del Niño Jesús, al que clavaron en la cruz por luchar contra la desigualdad, que el flamenco fuera patrimonio de toda la humanidad.

Y pido también por caridad, que quienes tengan mando se repartan en trabajos de esperanza y compromiso, que la palabra dada sea una escritura. Que se mueran el sensacionalismo deshumanizado y el resentimiento. Que se pierdan los titulares de ensañamiento. Que se lean muchos libros. Que el populista no ilustre sus discursos exprimiendo la dignidad del pobre. Y pido memoria y agradecimiento, porque antes de que yo naciera, ya hubo quien se partió el pecho y se dejó la vida para que yo tuviera la voz y los derechos.

         Así pregono, intentando acercarme a las verdades de los locos, de los borrachos y de los niños. Y me mezo en la esperanza navideña de que mientras el mundo sea mundo existirán flamencos que se den por entero. Flamencas que no se dobleguen. Gente del cante, salvaora, que se entregue con toda la fuerza de la serenidad a que nadie humille ni amilane. Mujeres de raza de toda la tierra que vivirán la intensidad de la libertad y del deseo. A su manera. A su tiempo. Tiempo al tiempo. Vendrá el tiempo.

         Y en la espera de ese mañana que anhelo me llevo a los rincones de mi alma la perfecta sencillez de quienes festejan con alegría desde la pobreza más absoluta, el silencio de quienes eligen pasar por el mundo sin ruidos ni aspavientos. La mano que aprieta la mía sin dobleces. El azul de quien es generoso hasta la muerte. El arte que se regala. Las camisillas blancas. La médula del flamenco. La historia del flamenco de Jaén: en su humilde pureza, y por ella, en toda la extensión de su grandeza, grandeza que se crece en la garganta del Niño Jorge y se transmite en los genes de Mari Cruz Pérez Canalejas y Carmen Gersol. Que se expande en la guitarra de José Rojo y Antonio Gómez, que engrandecen esta peña. Pregono los cantes de Jaén porque están pegados a la tierra como ningunos. Cantes que son hondura. Que se hacen de piedras lunares. El cante jondo de Jaén, de jornaleros. El cante de dignidad de las aceituneras altivas que siembra de flores malvas los tajos. El cante que no buscó tronos y se bajó al desgarro reivindicativo. Cante de campiña y Guadalquivir. Cante de lumbres que queman lo malo por San Antón. Cante que es majestuosidad de Sierra Mágina y que muere de amor en la santería de misterios de la Sierra Sur. Cante en la boca de los neveros de Segura y Cazorla. Pureza de troncón de olivo en la Loma. Cante que es suave como el musgo pero que atraviesa como un cuchillo de plata. Cante de los amargos que se echan el trago de anís con las primeras luces. Cante que aquí, como en ninguna parte es democracia pura, patrimonio del pueblo. Trama que explota en las primaveras. Si me llega la pena sabré que el cante de mi Jaén siempre me levantará sencillo y poderoso sobre sus puños de miel.

De Morería yo vengo
Al campo moro a cantar
Si quieres venirte vente
Que nos vamos a emborrachar

         Yo sé que el camino a Belén, que es el camino a la humildad que deslumbra y que salva, se ha hecho muchas veces a golpe de taranta minera y desgarrada, de bulería retadora, de soleá que teje mantos de claveles, de una arcana de ecos lejanos de cantes de trilla y de siega. Porque el flamenco lleva siempre a lo bueno. Y eso es así porque así lo siento. Y en esta vida sólo me equivoco cuando dejo a un lado el sentimiento. Anda, hacedle caso al corazón y a los impulsos, que a esos no los controlan ni los mercados, ni el facebook, ni los capitales corruptos. 

Anda, aflamencad la marimorena, cantadme esa de “Si el Castillo de Jaén fuera de alfajor”, abridme las puertas de la revolución e invitad a la mesa al olvidado, a la proscrita, al loco, al refugiado, a la ignorada, a la poeta que dice verdades como puños, al político que no engaña, al viejo que no sabe leer pero que te mira y te achanta, a la madre olvidada de visitas, al cantaor de las esquinas, a la maestra desautorizada, a quien habita en la posada de la ansiedad y de sus miedos. Preséntense así ante el Niño Jesús con este presente los flamencos valientes. Y, después, como dice el cantar del pueblo, vamos a echar un correndero/ hasta que se rompa el suelo/ si se rompen los zapatos/ pa eso están los zapateros”.

Un día me miré en la transparencia de los ojos de Carmen Linares y se me pusieron los pelos de punta con la claridad de la garganta de Miguel de Tena y con la clarividencia de un Camarón que se seguía dando al cante aun cuando ya le sabía la boca a la sangre de la muerte. De los flamencos que conocí, sentí y amé siempre me enamoró su franqueza de ojos y de pecho. Aprendí de sus cantes que lo cobarde es frío, y que es mejor darle dentelladas calientes al tiempo. Que las mejores miradas se regalan a los más tristes. Que la dignidad es patrimonio extenso. Que la mano del que agoniza se aprieta con la misma pasión que se abraza al amante. Que hay que aprender a dolerse hasta del mal de los malos. Que hay que darse en cada cosa que se hace por entero, sin miedo a la aprobación o al fallo. Que hay que hacer política de franqueza descarnada, que hay que sentir el más grande de los respetos por quien te escucha y no entrar en líos de odios. Que hay que sentir debilidad por los débiles y ganas de perderte por los perdedores. Gracias a los flamencos de mis altares, me tomo muy en serio lo insignificante y derrumbo a golpe de vaquero y tacón la pompa elitista y su boato. Y la fuerza de esta filosofía vital que me dio el flamenco anida en un corazón tan rojo como esta Navidad que ojalá lo sea todo para vosotros menos desidia, olvido, pena y miedo. De José María Lopera, poeta paisano que se alegró de que yo diera este pregón, viene esta letrilla que se muere por ser cantada por livianas:

En Belén de Judá
Un panadero,
Mientras el pan se cuece,
Vigila el cielo
Y al ver la santa estrella
Cae de rodillas
Y con pan tierno adora
Al Dios Mesías.
Que el pan del día
Es santa bendición
Que Dios envía.

Una guitarra flamenca abrirá en canal esta noche de diciembre que presagia flores blancas de almendro. Y yo seré más feliz cuando salga por esa puerta que cuando entré. Ésa es la cosa: nunca se sale de una peña como se entra. Patrimonio de la humanidad, inmaterial como la gloria que me llevo. Tu generosidad me hizo hueco en este sitio y le dio la voz y la oportunidad a esta chiquilla de Alcaudete, a esta mujer que se aferra a causas que no sabe ni describir en este mundo de estrategias repensadas y tacticismos fallidos. ¡A ver qué vamos a hacer! Desde chiquitilla se me dieron muy mal las matemáticas. Paso por vuestra puerta desnuda de calculadoras. No sé si acabaré bien o mal en esto que, como dice mi abuela, estoy sin necesidad. Pero el camino merece la pena, y mis trabajos los pongo a vuestro servicio con la más profunda humildad.

Mentir sería decir que nunca me he sentido como la cantaora que traga saliva porque sabe que sale a escenario hostil, pero aún así, me compongo el vestido y los cabellos. Y me entrego. Me aferro, en medio de esta desmovilización de la esperanza, a la verdad de que ninguna noche ha vencido al amanecer y al amanecer que viene, compañeritos, ya se le ve la punta.

Esperad del nuevo año sólo los milagros que haréis vosotros, cante a cante, verso a verso, de empeño a esfuerzo. De sol a sol. Esperad las amapolas en su primavera, el manto de estrellas en su firmamento de agosto y el crujir de las hojas secas de las dulzuras de su otoño. En cuanto a lo demás, no es bueno esperar. Es mejor luchar. Luchar es no callar, no herir y no tragar. Es, sencillamente, abrirse a la comprensión infinita de todas las caras de la humanidad. No os guardéis vuestra alegría: repartidla y romperán de agua los veneros. Si me preguntan qué es vivir, sin dudar respondo que es no quedarse nunca con las ganas. Así me lo dijo un día Jose María Lopera, por bulerías:

Baila a compás de tu duende
A son de gitana en sangre
Pon al mundo boca arriba
Y en lo más alto tu baile

Ay, doce meses os vengan con dulzuras de turrón. Que la alegría siga gastando las fibras de vuestro corazón. Los de la cofradía de Rafael Romero el Gallina y Pepe Polluelas se merecen siempre lo mejor. Resiliencia os deseo para aguantar tanta deshumanización sin que se os quiebre la voz. Porque mañana como ayer, el poderío flamenco romperá el aire muerto de esta inercia y agitará las conciencias y, del cante, germinará una vez más algo maravillosamente indecible, poderosamente incontrolable. Doce meses buenos os deseo y ni un solo día de lágrimas conduciendo por carreteras de soledad. Y os doy el consejo de mi poeta Carmen Camacho, “a penurias de prisa, alegría lenta”, compañeros.

Os deseo el sonido de la lluvia cuando rompe la sequía y el olor del jazmín cuando se hace flor de la noche que se desata de la calor. La onza de chocolate, la copa que se derrama. Los zapatos nuevos. Los poemas en servilletas. El clavel para el pelo. El pan en la mesa. Salario y dignidad. La paz. La alboreá. Acuarelas, Alfonso. Igualdad. Los abrazos solares. El amor sin ataduras. La cabeza alta. La conciencia tranquila. La solidaridad pura. El afecto extenso. Extenso como el cariño que siento, que me cubre y me descubre mi más auténtico yo que hoy me sale a borbotones para, con humildad, terminar como empezó: dando las gracias a esta peña para siempre, y así lo juro delante de tanta gente cabal, por este entrañable honor.

Felices Fiestas y Feliz Año Nuevo, de corazón.


* * * * * * * * * * * * * * * *

SEMBLANZA DE YOLANDA CABALLERO ACEITUNO
(de Alfonso Ibáñez, secretario de la Peña)

Yolanda Caballero Aceituno nació en Alcaudete, el pueblo donde dice que sueña, un 18 de junio de 1976. Tuvo la suerte de crecer en una familia de buena gente,  que sólo tenía por ambición trabajar para que ni a ella ni a sus tres hermanos (María José,  José Antonio y Enrique) les faltara de nada. Y su padre y su madre lo consiguieron. No les faltó cariño. No les faltó ánimo y no les faltó una educación en valores de igualdad, solidaridad y apoyo a las personas más débiles.

A su padre, Antonio, le estará eternamente agradecida por darle ejemplo de trabajo duro, valentía y lucha sin tregua. A su madre, Enriqueta, por la fuerza, por la dulzura y por la sonrisa que sale y se comparte (aunque las tripas estén negras).

Tuvo la suerte de criarse con un bisabuelo al lado (José), que le inculcó principios morales que, después de muchos años, la siguen definiendo  como persona. Y, todavía hoy, tiene la suerte de tener al lado a su abuela Josefa, con 90 años.

Desde pequeña, cuando se paseaba por su colegio (“Juan Pedro”), supo que quería dedicarse a la enseñanza, a aprender cosas para explicárselas después a los demás. Primero vino una licenciatura en Filología Inglesa en la Universidad de Jaén, luego un doctorado en literatura inglesa del siglo XVIII y, con mucho esfuerzo y encontrándose siempre un escalón más alto que el anterior para llegar a la cima, consiguió dar clases en la Universidad de Jaén, donde en la actualidad es profesora del Departamento de Filología Inglesa, estando en este momento de excedencia. Para ella, impartir docencia es algo mágico, sagrado. Entrar en el aula la transforma y hace que olvide cualquier trago amargo. Es una gran responsabilidad, y la mejor compensación que recibe, es la cara de un alumno o de una alumna agradecida por lo aprendido.

Cree que ha sido política desde que nació. Desde siempre, supo que había algo que cambiar con hechos, no con palabras: la desigualdad. Para ella la política es actuar por la igualdad de oportunidades. No puede concebirla de otra forma, como mujer comprometida. Luego vino la posibilidad de ser concejala, y abrazó con pasión la política local (la más bonita, dice ella) durante diez años. Diez años en los que soñó y se ilusionó con proyectos culturales y educativos para su pueblo. Más tarde, se convirtió en Diputada Provincial de Cultura y Deportes y, posteriormente, de Igualdad. Durante esta última fase en Diputación y, conforme a su ideología feminista, se entregó a trabajar por visibilizar la labor, injustamente silenciada, de muchas mujeres: jóvenes o mayores, con estudios o sin ellos, pero que han sido el pilar vertebrador de la sociedad y han tirado del carro en momentos duros.

Por la confianza que muchas personas e instituciones depositaron en ella, desempeña en la actualidad el cargo de Delegada Territorial de Educación de la Junta de Andalucía en Jaén. Una ocupación tan difícil como apasionante. En tiempos duros para quienes están en el noble oficio de la política, tiempos en los que el bajo reconocimiento social de esta labor se ha impuesto como tendencia y en los que cualquier paso que se da está en entredicho, sigue creyendo ciegamente en ella.

De sus viajes por varios países extranjeros mientras desarrollaba un proyecto de investigación, aprendió que todos los seres humanos son hermanos y están unidos en sus diferencias, que la solidaridad entre países es algo maravilloso. De su paso por la Universidad, que la lectura, los idiomas y la cultura nos hacen críticos y libres. De la política, que jamás hay que resignarse, y que cuanto más difícil es el fin, más pasión hay que ponerle a los medios. Siempre le gustó escribir y hablar de sentimientos.

Aunque, como dice (creo que con cierta ingenuidad), ha cometido muchos errores, hay cosas que, si volviera a empezar de nuevo, jamás cambiaría: la familia en la que nació, el pueblo que la vio crecer, la persona con la que vive, el oficio que eligió y el compromiso político que, una vez asumido, es imposible de abandonar porque se lleva en las venas.

Donde quiera que el destino la lleve, seguirá luchando y trabajando. No sabe vivir de otra forma.

Con ustedes YOLANDA CABALLERO ACEITUNO.

FELICES FIESTAS, PRÓSPERO AÑO Y BUEN PREGÓN TENGAN USTEDES.

No hay comentarios: