Es menester señalar que la mayoría de maestros de nuestro arte han tenido mentores que les han ido inculcando sus enseñanzas y, a la vez, han procurado promocionar sus valías para que alcanzaran su propio estatus. Es lo que conocemos como la revalorización de lo establecido para crear e innovar con criterio agradecido de las fuentes creativas en las que se han formado. Pienso que esto es el verdadero acicate para ir engrandeciendo la divulgación del arte flamenco.
Manuel Torre procuró y consiguió enaltecer las cualidades adquiridas de artísticos maestros como El Viejo de la Isla, Manuel Molina, El Loco Mateo, Paco La Luz o Joaquín Lacherna, y, de esta forma,
crear su propia personalidad, redondeada con su conocido cambio de remate por
siguiriyas. Y junto a él, añejas figuras como don Antonio Chacón, La Niña de
los Peines, Aurelio Sellé o Manolo Caracol.
Bien es cierto que
nuestro comprovinciano Rafael Romero
–no valorizado como se merece- igualmente ha tenido una progresión flamenca en
cuanto a recrear lo aprendido. Muchas son sus aportaciones a determinados
estilos como la caña, la serrana, la petenera, los tientos, el mirabrás, las
siguiriyas, las farrucas, los garrotines, las guajiras, la debla, los jaleos
extremeños, los villancicos flamencos, las romeras, etc. A lo que hay que sumar
sus cantes de la madrugá (primigenios de los cantes mineros) y muy
especialmente sus rondeñas. Es en este último cante donde Rafael figura como
auténtico creador nato –no recreador- de un estilo flamenco.
Considero que, en
cierto modo, su creación ha pasado de puntillas. Cierto que este es un estilo
que, según los estudiosos, tuvo su inicio en el arte de una legendaria cantaora
conocida como Ana Amaya Molina “Anilla
la de Ronda”, mas no está configurado su origen plenamente en lo referido.
Pero ha sido Rafael Romero, el gitano de Andújar, el que ha consolidado su
creación como clásica. Y recordar su singularidad por este estilo no es de actualidad,
aunque también. En la década de los sesenta del pasado siglo, artistas de la
talla de Benito Rodríguez Rey “Beni de
Cádiz”, ya las tenía como primordiales en su repertorio, e incluso las
grabó. Otros como José Menese, Rosario
López, Miguel Vargas, José el de la Tomasa, Enrique Morente… y muchos más,
las utilizaron como continuadoras de sus malagueñas para rematar este grupo de
cantes.
En la actualidad,
la creación de Rafael Romero por rondeñas se ha quedado como un cante clásico
en la derivación de las malagueñas hacia los cantes abandolaos, los cuales
suelen ser redondeados por la rondeña de “El
Negro”, las que popularizara Silverio
Franconetti a mediados del siglo XIX, y que fueron grabadas por Antonio Pozo “El Mochuelo”, en 1907.
Sin embargo, he de insistir en que las de Rafael son las más populares –las
grabó primeramente con aires de los fandangos de Huelva y, posteriormente, como
las conocemos en la actualidad, con ecos abandolaos- de los flamencos actuales.
Rafael
Valera Espinosa
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