Quiero recordar que fue en la Navidad de 1974 cuando asistí a mi primer Pregón Flamenco de la Navidad en la Peña Flamenca de Jaén como novato socio de la entidad. Entusiasmo y alegría recorrían mi persona ante el hecho de escuchar a dos grandes artistas como Rafael Romero “El Gallina” y su amiga y alumna Rosario López. Admiración igualmente por poder asimilar la preciosista retórica prosística y poética de Ramón Porras González. Y satisfacción por el momento vivido, el cual, tras muchos años, ha pasado a ser un acontecimiento en mi vida tan importante como reunirme con mi familia y amigos en tan señaladas fechas. Cuarenta y dos años después las sensaciones han vuelto a ser las mismas a pesar de todas las vivencias experimentadas en una de las noches artísticas más señaladas para los aficionados jiennenses.
Muchos han sido los pregoneros y bastantes más los artistas que han desfilado por el escenario de la entidad capitalina. Eminentes personajes además de Ramón Porras, como Juan Antonio Ibáñez, Vicente Oya Rodríguez, Fernando Arévalo, Fernando Calahorro, Alfonso Sánchez Herrera, Marcos Gutiérrez, Carmen Espín, Felipe López, Cristina Nestares, Gabriel Ureña, Lucas Martínez, etc. Y artistas como los citados Rafael Romero, Rosario López (imprescindible desde los comienzos hasta su retiro por enfermedad), Manuel Soto “Sordera” con sus hijos Vicente, Enrique y José Soto “Sorderita”, Manolo Simón, Chano Lobato, Carlos Cruz, Miguel Vargas, Manolo Canalejas, Rafael Villanueva, “Niño Jorge”, etc.
Este pasado jueves, 22 de diciembre, fue protagonista en la parte académica la alcaudetense Yolanda Caballero, actual Delegada Provincial de Educación de la Junta de Andalucía, que fue presentada por el secretario de la Peña, Alfonso Ibáñez, de la cual dijo: “Yolanda, además de ser licenciada en Filología Inglesa por la Universidad de Jaén, ha sido política desde que nació, y desde siempre supo que había algo que cambiar con hechos y no con palabras: la desigualdad, que no puede concebirla de otra forma como mujer comprometida. Luego vino la posibilidad de ser concejala y abrazó con pasión la política local durante diez años. Década en la que soñó y se ilusionó con proyectos culturales y educativos para su pueblo, pasando posteriormente a desempeñar el cargo de Diputada Provincial de Cultura y Deportes, y posteriormente de Igualdad. En esta tarea se entregó a trabajar por resaltar la labor silenciada de la mujer.”
En su alocución, la pregonera estableció un discurso reivindicativo encabezándolo con la aseveración “¡Pienso en flamenco! Este es un arte patrimonio de la gente humilde y trabajadora. Es valentía y pasión. Es lo nuestro y es mío también. Y en esta peña se encumbra nuestro arte.” Aludió seguidamente a vivencias navideñas de su infancia y sus recuerdos de los fandangos de Juanito Valderrama y también de sus villancicos. A las letras alusivas de estas fiestas como la copla “Noche de Reyes” de Pepe Pinto, y a los entrañables villancicos de Rosario López. Tras reivindicar a lo largo de su exposición el protagonismo de la mujer en todas las tareas de esta sociedad, en su parte final recomendó a los asistentes “Qué nadie os quite la gloria de ser felices con lo simple”, y a los que acuden a los espectáculos flamencos “Qué nunca se sale de una peña como se entra”, en función de cómo el flamenco suele entusiasmar a los que se apasionan por nuestro arte.
La parte ilustrativa del Pregón, la artística, la comenzó Verónica Pérez “Canalejas” con rememoraciones de su casta cantaora con arte, potencia tonal, conocimiento estilístico y compás por bulerías, rematando por letra popular de Carchelejo. Su siguiente interpretación la basó en el villancico “La Estrella del Horizonte” que entre otros popularizara su abuelo “Canalejas de Puerto Real”, con evocaciones soleareras de Rosalía de Triana y ecos de la popular “Tarara”. Prosiguió con el romance de “Madre en la puerta hay un niño” por bulerías de Cádiz y prestante ritmo, dominando el compás y manteniendo el tono preciso, adobado todo de entrega cantaora. Finalizó con el popular “Compadre Juan Antonio”, evocando una vez más la saga cantaora de su padre y abuelo.
Carmen Gersol volvió a constatar su enjundia y entrega con una letra navideña por tangos, bien arropada por José Rojo, y un acompasamiento adecuado del estilo. Posteriormente, se entregó en los famosos campanilleros con potencial tonal, así como con las resonancias que su progenitor siempre ha establecido de su admirado Pepe Menese. En una línea más personal y en similar tesitura, posteriormente recordó una letra que en su tiempo popularizó el utrerano Enrique Montoya. Finalizó con letra navideña por bulerías por soleá con dominio del compás y entrega cantaora.
Mari Cruz “Canalejas” ofertó primeramente los ecos que su abuelo Juan Pérez “Canalejas” estableciera de “El Niño Gloria” y ciertas sonoridades de Rafael Romero “El Gallina”, adobadas de la templanza que de los referidos realizó su padre, Manolo Canalejas. La siguiente interpretación la redondeó con la acrisolación navideña por bulerías de su progenitor y bastantes aproximaciones al tono cantaor de su abuelo. En los campanilleros mantuvo las mismas tesituras referidas con leves desentonos que fue corrigiendo con cierta profesionalidad como avanzaba en su interpretación. Finalizó con prestancia por el más conocido de su abuelo y con matices sobresalientes de “El Gloria”, villancico que igualmente remató con letra popular de Carchelejo.
Eduardo Martínez Redondo “Niño Jorge”, una vez más resaltó su calidad interpretativa evocando a Rafael Romero por el popular villancico de Andújar con singularidad flamenca. En los tangos rindió homenaje a la creatividad que en su día establecieran Francisco Moreno Galván en la letra, y José Menese en el cante, con valentía tonal y adecuado compás. Posteriormente estableció profesionalidad y conocimiento con una interpretación inicial por bulerías de Cádiz, realzando seguidamente los ecos jerezanos y las sonoridades de “El Gloria”, derivando seguidamente al romance flamenco con influencias de Mairena, para redondear el villancico por fandango caracolero. Concluyo su participación con los campanilleros en su línea de poderío tonal, conocimiento, entrega, y claras resonancias meneseras.
Resolutivos y profesionales fueron los acompañamientos de Antonio Gómez y José Rojo, en los que establecieron sincronicidad con sus acompañantes, ofertando maestría en las tonalidades, frescura y alegría en los estilos festeros, dominio del diapasón en sus variaciones y singularidad en las falsetas, y comedidos compases para un adecuado desarrollo de los estilos.
Rafael Valera Espinosa
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PREGÓN FLAMENCO
NAVIDAD 2016
(de Yolanda Caballero Aceituno)
Ya
lo ha dicho mucha gente antes que yo, pero es que me sale así, sin trabajo. Y
así saldrá una y mil veces más, de mi boca y de otras: el flamenco es
sentimiento. Desde niña me acunó en sus brazos y me dejó un legado de soleás y
bulerías que se acompasan con el ritmo de mi vida. Hoy, cuando me abandona la
frialdad de la razón y me guío por lo que me dicta el corazón, pienso en
flamenco. El flamenco es pureza. Es el dolor sentido hasta el desgarro y la
alegría solar que revienta las costuras de la pena y se comparte con
generosidad en la fiesta. Es quejío de dignidad y de nobleza. Es el patrimonio,
de siempre, de la gente humilde que cantaba en la siega, en la mina, en la
fuente, entre olivos, en las fronteras de la pena. Igualador y poderoso.
Imponente. El flamenco es valentía y pasión que no le pone freno a la expresión
del sentir. Es lo auténtico, sin dobleces ni máscaras. Es lo nuestro. Lo mío,
tan mío.
Muy
buenas noches, a todos y a todas, compañeros y compañeras de camino, de época
compartida, convulsa y apasionante, época de esperanzas de revolución y de
realidades de involución. Así se va contradictorio el 2016 y nosotros aquí lo
despedimos en su agonía. Os saludo con sonrisa amplia y corazón abierto,
compañeros y compañeras de peña y de alegrías.
En
la vida hay quien recibe honores y quien se muere esperándolos. Yo, cuando me
llamó Alfonso Ibáñez y me propuso dar este pregón, me sentí destinataria de uno
bien grande al poder cantarle aquí con mi sencilla palabra a la fiesta que
alumbra el invierno. A mi palabra la domesticó la filología para abrazar
sentires en otras lenguas, pero esta noche viene aquí a vosotros bien apegada a
la tierra, a lo que siempre he sido y a lo que me moriré siendo, a la obligación
primera e infinita de dar las gracias ahora y cuando pase este rato que, como
sale por la garganta de Carmen Linares, es “un ramito de ambrosía en el huerto
de la hiel”. Gracias grandes y que se sientan, como me enseñó a darlas mi
madre. Vuela mi palabra a vosotros breve y ojalá que certera en trasladar lo
que siento. Abridme un ratico la puerta.
Hablar
aquí una noche ¡cómo si eso fuera poco! Dejar mi sentir en uno de los pocos
lugares sanos que nos quedan, donde se habla de arte y se hace arte y se
comparte arte y se contamina al arte con más arte. Donde se encumbra al arte
sin preguntar la procedencia ni el credo. Donde se festeja y se pregona la
navidad cristiana y la otra que hasta enternece al ateo, como pasa con “Las
Fatigas del Pastor”, de José Domínguez el Cabrero.
¡Ay,
qué grande hablar aquí! En este espacio que sin ni siquiera saberlo ni
pretenderlo es dulcemente subversivo, porque se planta altivo ante estos mundos
de internet, ante estos mundos de rapidez en la ofensa, de impacto inmediato de
la mentira, ajenos con frecuencia a ese ir de frente tan flamenco. Me planto yo
también, con vuestra fuerza, ante estos mundos de comparaciones, que todavía
hoy, ¡quién lo diría! necesitan que haya ganadores y perdedores para humillar
la hermandad. Me planto ante estos
mundos que no son muy hospitalarios a lo que la serenidad y la lentitud que
aquí se cuecen a fuego lento reclaman. Hablo aquí, y que luego guste o no
guste. Pero acepto de cara mi destino: que a mis palabras las venza el cante.
En las entrañas de mi infancia laten
diciembres de hielo. Estampas de mi sierra Ahíllos plateaíca de frío. Y eran
días de coplillas de la gente buena del campo cuando volvía de la aceituna, de
cantes de matanza, de compases de los mulos que me tropezaba por las calles de
Alcaudete a la vuelta de la escuela. ¡Qué grandes, qué negros, qué miedo! La
intensidad de estos días siempre la sujetaba mi bisabuelo, remendando los
fardos y untándole manteca a mis botas. Así vivíamos: pegados a la lumbre y a
los cuentos. Bebiéndonos a tragantadas con esa honestidad antigua, tan
flamenca, el tiempo que ya nunca vuelve. Aquel que fue mi mejor tiempo,
acompasado al ritmo de los fandangos de Valderrama que con ronca garganta
entonaba quien se quedó sin su mujer, tan guapa, un poquillo antes de que empezara
la guerra. Quien me hablaba de quienes se escondieron en la sierra. Quien me
ilustraba de hambre y de penurias, pero que nunca albergó ni odio ni resentimiento
en su corazón y me hizo libre de rencores y abierta a todos los afectos. Quien
me llevaba de su mano a la feria de ganao y me enseñó a acariciar los
borriquillos de algodón. Ése era José Márquez, mi bisabuelo. Mi infancia entera
y mi ética. Va por ti, y por tanta buena gente que esta noche se ha juntado
aquí. Con mucho respeto. José: ¡quién pudiera oírte cantar aquella que te
contenía, que te resumía y que te vestía, y que así decía!
Un chavalillo cortó
Flores blancas de un almendro
Y en vez de sentir rencores
El almendro respondió
Con una lluvia de flores
Con una seriedad antigua
y dulce que después ya no he conocido en nadie, mi bisabuelo tejió una Navidad
donde lo más bonito era jugar con el deseo de la espera a los Reyes Magos y
sujetar la conciencia y la acción al compromiso con los hijos y las hijas de
los que no tenían nada que esperar. Y es que es encender las primeras luces de
fiesta, y se me llena la casa de aquello que mi Francisco me canta por Pepe
Pinto: “Era una noche de Reyes, los Reyes Magos pasaron/ y para llevar
juguetes/ al hospicio se acercaron/ Y aquel niño le decía/ Mago de mi corazón/
tráigame usted a mi madre/ que quiero conocerla yo”. Y así, poquillo a poco, me
enseñaron mis mayores la navidad de hermandad, la navidad del dolerme del
sufrimiento de los demás, la navidad con la que me paseaba bajo las lunas de
invierno por esos bares de humildes con cristales empañados yo ya no sé si era
del frío o de resignación o de dignidad.
En el corazón de la
Navidad laten brindis de alegrías y quejíos ahogaos de ausencias. ¡Qué no daría
yo porque Rosario López iluminara con su cante la Peña Flamenca de Jaén esta
noche!
Del hielo de este tiempo,
yo me he hecho una coraza. Y frente a la acritud de tanta arrogante
manipulación, me arrojo a los brazos de la profundidad humilde que no sale en
la televisión. Y me doy por entero cuando me lo dice el corazón, y me parto y
me reparto sin protocolos. Y le hago homenaje a ustedes y a quienes me enseñaron
que hasta el deseo que más quieres para ti, con los demás se comparte. Y yo
quiero que sintáis lo que yo sentía cuando niña: asomarme a la ventana
del cielo azul de invierno la mañana de nochebuena y sentir el olor a pureza
sin maldades de la ropa recién tendida y volver la cara a tierra, y ver a la
abuela con la dulzura del resol y las hojaldrinas de Mata. Y abrazarla y
estrujarla. Y esperar la noche de las visitas del juego para los chiquillos, la
noche de las visitas salvadoras para los mayores tristes y para los perdedores.
Saborear la hermandad y hacerse fortaleza con ella. Y sentir en el olivar,
mientras mis padres se afanaban con las ramas de plata, aquel pajarillo que
cantaba y que decía mi madre que anunciaba agua. Buscando nidos vivía.
Rompiendo la helá blanca y la negra con estas rodillas que luego ya jamás
querrían volverse a hincar por otro motivo que no fuera respetar a la tierra. Y
eran los hombres honestos del campo los que me aupaban en sus hombros. Y era yo
la que llenaba con mis hermanos esas espuertas con olor antiguo a faena y a
vida. Y a la vuelta el sol naranja y algún cante de campo. Y todo se empapaba con
la fuerza de la tierra. Y me dormía al
brasero de picón de Sierra Morena mirando el brillo de las figurillas del belén
que ponían las benditas manos de mi madre. Me revienta de sentimiento el
corazón al volver sobre mi catálogo auténtico de alegrías. Y, con este movimiento,
lanzo ahora mi deseo: que nadie os quite la gloria de ser felices con lo
simple. De pasar por la vida siendo lentitud y muriendo como las ascuas de
cariño.
Y de mis
asuntos voy a los vuestros, porque tenéis tanto dentro, que yo quisiera esta
noche hacerle un homenaje a la alegría en vuestros términos. Y así voy este
ratico de lo mío a lo vuestro, y a lo mío de nuevo, como suele ocurrir con lo
que se gesta con sentimiento. La alegría nace con la cara de la chiquilla que
ve pasar a los reyes magos y se entrega a su lluvia de caramelos. Papelillos de
colores en las calles del pueblo. Colores y esperanza para el pueblo. La
alegría la hacen las gitanas que bailan sin censura en la plaza la madrugá de
nochebuena. Los gitanos con su chaqueta nueva de un día, de terciopelo. La
alegría la hace quien no se guarda las luces y las saca al balcón y quien le da
cobijo a quien esas luces le duelen. La alegría la hace el vocerío animoso de
quienes rompen la helá de la mañana antes de tomarse un café en los bares de siempre.
Nadie podrá con ellos nunca. La alegría la hacen los ruidos de los oficios
antiguos, los Aceituno y sus zapatos. La botella de anís y el tenedor de Trini
la encalaora. La pureza de la estrella de la mañana. El frío que corta en la
cara. El aire que agita los pinos antes de que venga la nieve. Y luego todo se
queda quieto. Alegría que es manto de silencio. La alegría nace cuando los de
la última fila se ven, aunque sea por una vez en la vida, en la primera. Cuando
estás con flamencos que se sacan coplas hasta de sus desgracias. La alegría
nace cuando veo que mi madre, que vive de día y de noche cuidando a mi padre,
entona letrillas de dulzuras que meten el sol en la casa. Y entonces todo se llena
de sentido. Alegría de la gente que cuida y que trae dignidad a los humildes, a
los dependientes, a los que los poderes impuros relegan a la periferia. Alegría
de juguetes tras las alambradas y de voluntarios en las calles de la guerra
¡Qué alegría, compañeritos, de la gente buena!
Y ahora,
en estos días que corremos a abrazarnos y a descorchar botellas de humanidad,
desde aquí, desde este rincón tan flamenco que irradia fraternidad, abrazo con
corazón activista a los que sufren las concertinas y los campos de refugiados.
A las que se las come la pena, a los chiquillos de Aleppo. A quienes no tienen
esperanza o la están perdiendo. A quienes les cortan la luz y les tapan la
boca. A los que piden tierra y se la niegan. Venga, Cabrero, di como tú lo
dices sin decirlo que el flamenco lo es todo menos indiferencia. Destierra de
este mundo al criminal machista y cuelga en la estrella de Oriente esta
etiqueta: batalla al egoísmo prepotente que ningunea. Arráncame a la Paquera de
Jerez por bulerías de nochebuena y que revienten las costuras de toda esta
pena.
Tiene
el cante raíz honda, y se besa con los aires de África. Desde estas luces veo
allí a una chiquilla que rompe las cadenas de ablaciones y miserias y se escapa
besando la estampa de la suerte por la negrura del mar. Ojos negros profundos,
sedientos de abrazo solar. Quien no le abra la puerta en esta tierra que
siempre supo de penas no tiene ni memoria, ni conciencia, ni dignidad. Con cada
patera, se estremecen de dolor y de vergüenza los campanilleros de la Niña de
la Puebla. Flamencos de mi tierra, uníos por caridad, y junto con la leche y
las vacunas llevadle a los niños del mundo canciones, porque tuvo que ser cosa
de la dulce inteligencia del Niño Jesús, al que clavaron en la cruz por luchar
contra la desigualdad, que el flamenco fuera patrimonio de toda la humanidad.
Y
pido también por caridad, que quienes tengan mando se repartan en trabajos de
esperanza y compromiso, que la palabra dada sea una escritura. Que se mueran el
sensacionalismo deshumanizado y el resentimiento. Que se pierdan los titulares
de ensañamiento. Que se lean muchos libros. Que el populista no ilustre sus
discursos exprimiendo la dignidad del pobre. Y pido memoria y agradecimiento,
porque antes de que yo naciera, ya hubo quien se partió el pecho y se dejó la
vida para que yo tuviera la voz y los derechos.
Así
pregono, intentando acercarme a las verdades de los locos, de los borrachos y
de los niños. Y me mezo en la esperanza navideña de que mientras el mundo sea
mundo existirán flamencos que se den por entero. Flamencas que no se dobleguen.
Gente del cante, salvaora, que se entregue con toda la fuerza de la serenidad a
que nadie humille ni amilane. Mujeres de raza de toda la tierra que vivirán la
intensidad de la libertad y del deseo. A su manera. A su tiempo. Tiempo al
tiempo. Vendrá el tiempo.
Y en la espera de ese
mañana que anhelo me llevo a los rincones de mi alma la perfecta sencillez de
quienes festejan con alegría desde la pobreza más absoluta, el silencio de
quienes eligen pasar por el mundo sin ruidos ni aspavientos. La mano que
aprieta la mía sin dobleces. El azul de quien es generoso hasta la muerte. El arte
que se regala. Las camisillas blancas. La médula del flamenco. La historia del
flamenco de Jaén: en su humilde pureza, y por ella, en toda la extensión de su
grandeza, grandeza que se crece en la garganta del Niño Jorge y se transmite en
los genes de Mari Cruz Pérez Canalejas y Carmen Gersol. Que se expande en la
guitarra de José Rojo y Antonio Gómez, que engrandecen esta peña. Pregono los
cantes de Jaén porque están pegados a la tierra como ningunos. Cantes que son
hondura. Que se hacen de piedras lunares. El cante jondo de Jaén, de
jornaleros. El cante de dignidad de las aceituneras altivas que siembra de
flores malvas los tajos. El cante que no buscó tronos y se bajó al desgarro
reivindicativo. Cante de campiña y Guadalquivir. Cante de lumbres que queman lo
malo por San Antón. Cante que es majestuosidad de Sierra Mágina y que muere de
amor en la santería de misterios de la Sierra Sur. Cante en la boca de los
neveros de Segura y Cazorla. Pureza de troncón de olivo en la Loma. Cante que
es suave como el musgo pero que atraviesa como un cuchillo de plata. Cante de
los amargos que se echan el trago de anís con las primeras luces. Cante que
aquí, como en ninguna parte es democracia pura, patrimonio del pueblo. Trama
que explota en las primaveras. Si me llega la pena sabré que el cante de mi
Jaén siempre me levantará sencillo y poderoso sobre sus puños de miel.
De Morería yo
vengo
Al campo moro a
cantar
Si quieres
venirte vente
Que nos vamos a
emborrachar
Yo sé que el camino a Belén, que es el camino a la humildad que
deslumbra y que salva, se ha hecho muchas veces a golpe de taranta minera y
desgarrada, de bulería retadora, de soleá que teje mantos de claveles, de una
arcana de ecos lejanos de cantes de trilla y de siega. Porque el flamenco lleva
siempre a lo bueno. Y eso es así porque así lo siento. Y en esta vida sólo me
equivoco cuando dejo a un lado el sentimiento. Anda,
hacedle caso al corazón y a los impulsos, que a esos no los controlan ni los
mercados, ni el facebook, ni los capitales corruptos.
Anda,
aflamencad la marimorena, cantadme esa de “Si el Castillo de Jaén fuera de
alfajor”, abridme las puertas de la revolución e invitad a la mesa al olvidado,
a la proscrita, al loco, al refugiado, a la ignorada, a la poeta que dice
verdades como puños, al político que no engaña, al viejo que no sabe leer pero
que te mira y te achanta, a la madre olvidada de visitas, al cantaor de las
esquinas, a la maestra desautorizada, a quien habita en la posada de la
ansiedad y de sus miedos. Preséntense así ante el Niño Jesús con este presente
los flamencos valientes. Y, después, como dice el cantar del pueblo, “vamos a echar un correndero/ hasta que se rompa el suelo/ si se rompen
los zapatos/ pa eso están los zapateros”.
Un
día me miré en la transparencia de los ojos de Carmen Linares y se me pusieron
los pelos de punta con la claridad de la garganta de Miguel de Tena y con la
clarividencia de un Camarón que se seguía dando al cante aun cuando ya le sabía
la boca a la sangre de la muerte. De los flamencos que conocí, sentí y amé
siempre me enamoró su franqueza de ojos y de pecho. Aprendí de sus cantes que
lo cobarde es frío, y que es mejor darle dentelladas calientes al tiempo. Que las
mejores miradas se regalan a los más tristes. Que la dignidad es patrimonio
extenso. Que la mano del que agoniza se aprieta con la misma pasión que se
abraza al amante. Que hay que aprender a dolerse hasta del mal de los malos. Que
hay que darse en cada cosa que se hace por entero, sin miedo a la aprobación o
al fallo. Que hay que hacer política de franqueza descarnada, que hay que
sentir el más grande de los respetos por quien te escucha y no entrar en líos
de odios. Que hay que sentir debilidad por los débiles y ganas de perderte por
los perdedores. Gracias a los flamencos de mis altares, me tomo muy en serio lo
insignificante y derrumbo a golpe de vaquero y tacón la pompa elitista y su
boato. Y la fuerza de esta filosofía vital que me dio el flamenco anida en un
corazón tan rojo como esta Navidad que ojalá lo sea todo para vosotros menos
desidia, olvido, pena y miedo. De José María Lopera, poeta paisano que se alegró
de que yo diera este pregón, viene esta letrilla que se muere por ser cantada
por livianas:
En Belén de Judá
Un panadero,
Mientras el pan se cuece,
Vigila el cielo
Y al ver la santa estrella
Cae de rodillas
Y con pan tierno adora
Al Dios Mesías.
Que el pan del día
Es santa bendición
Que Dios envía.
Una
guitarra flamenca abrirá en canal esta noche de diciembre que presagia flores
blancas de almendro. Y yo seré más feliz cuando salga por esa puerta que cuando
entré. Ésa es la cosa: nunca se sale de una peña como se entra. Patrimonio de la
humanidad, inmaterial como la gloria que me llevo. Tu generosidad me hizo hueco
en este sitio y le dio la voz y la oportunidad a esta chiquilla de Alcaudete, a
esta mujer que se aferra a causas que no sabe ni describir en este mundo de
estrategias repensadas y tacticismos fallidos. ¡A ver qué vamos a hacer! Desde
chiquitilla se me dieron muy mal las matemáticas. Paso por vuestra puerta
desnuda de calculadoras. No sé si acabaré bien o mal en esto que, como dice mi
abuela, estoy sin necesidad. Pero el camino merece la pena, y mis trabajos los
pongo a vuestro servicio con la más profunda humildad.
Mentir
sería decir que nunca me he sentido como la cantaora que traga saliva porque
sabe que sale a escenario hostil, pero aún así, me compongo el vestido y los
cabellos. Y me entrego. Me aferro, en medio de esta desmovilización de la
esperanza, a la verdad de que ninguna noche ha vencido al
amanecer y al amanecer que viene, compañeritos, ya se le ve la punta.
Esperad
del nuevo año sólo los milagros que haréis vosotros, cante a cante, verso a
verso, de empeño a esfuerzo. De sol a sol. Esperad las amapolas en su
primavera, el manto de estrellas en su firmamento de agosto y el crujir de las
hojas secas de las dulzuras de su otoño. En cuanto a lo demás, no es bueno
esperar. Es mejor luchar. Luchar es no callar, no herir y no tragar. Es,
sencillamente, abrirse a la comprensión infinita de todas las caras de la
humanidad. No os guardéis vuestra alegría: repartidla y romperán de agua los
veneros. Si me preguntan qué es vivir, sin dudar respondo que es no quedarse
nunca con las ganas. Así me lo dijo un día Jose María Lopera, por bulerías:
Baila a compás
de tu duende
A son de gitana
en sangre
Pon al mundo
boca arriba
Y en lo más alto
tu baile
Ay,
doce meses os vengan con dulzuras de turrón. Que la alegría siga gastando las
fibras de vuestro corazón. Los de la cofradía de Rafael Romero el Gallina y
Pepe Polluelas se merecen siempre lo mejor. Resiliencia os deseo para aguantar
tanta deshumanización sin que se os quiebre la voz. Porque mañana como ayer, el
poderío flamenco romperá el aire muerto de esta inercia y agitará las conciencias
y, del cante, germinará una vez más algo maravillosamente indecible, poderosamente
incontrolable. Doce meses buenos os deseo y ni un solo día de lágrimas
conduciendo por carreteras de soledad. Y os doy el consejo de mi poeta Carmen
Camacho, “a penurias de prisa, alegría lenta”, compañeros.
Os
deseo el sonido de la lluvia cuando rompe la sequía y el olor del jazmín cuando
se hace flor de la noche que se desata de la calor. La onza de chocolate, la
copa que se derrama. Los zapatos nuevos. Los poemas en servilletas. El clavel
para el pelo. El pan en la mesa. Salario y dignidad. La paz. La alboreá.
Acuarelas, Alfonso. Igualdad. Los abrazos solares. El amor sin ataduras. La
cabeza alta. La conciencia tranquila. La solidaridad pura. El afecto extenso.
Extenso como el cariño que siento, que me cubre y me descubre mi más auténtico
yo que hoy me sale a borbotones para, con humildad, terminar como empezó: dando
las gracias a esta peña para siempre, y así lo juro delante de tanta gente
cabal, por este entrañable honor.
Felices
Fiestas y Feliz Año Nuevo, de corazón.
* * * * * * * * * * * * * * * *
SEMBLANZA DE YOLANDA CABALLERO ACEITUNO
(de Alfonso Ibáñez, secretario de la Peña)
Yolanda Caballero
Aceituno nació en Alcaudete, el pueblo donde dice que sueña, un 18 de junio de
1976. Tuvo la suerte de crecer en una familia de buena gente, que sólo tenía por ambición trabajar para que
ni a ella ni a sus tres hermanos (María José,
José Antonio y Enrique) les faltara de nada. Y su padre y su madre lo
consiguieron. No les faltó cariño. No les faltó ánimo y no les faltó una
educación en valores de igualdad, solidaridad y apoyo a las personas más
débiles.
A su padre, Antonio, le
estará eternamente agradecida por darle ejemplo de trabajo duro, valentía y
lucha sin tregua. A su madre, Enriqueta, por la fuerza, por la dulzura y por la
sonrisa que sale y se comparte (aunque las tripas estén negras).
Tuvo la suerte de criarse
con un bisabuelo al lado (José), que le inculcó principios morales que, después
de muchos años, la siguen definiendo
como persona. Y, todavía hoy, tiene la suerte de tener al lado a su
abuela Josefa, con 90 años.
Desde pequeña, cuando se
paseaba por su colegio (“Juan Pedro”), supo que quería dedicarse a la
enseñanza, a aprender cosas para explicárselas después a los demás. Primero
vino una licenciatura en Filología Inglesa en la Universidad de Jaén, luego un
doctorado en literatura inglesa del siglo XVIII y, con mucho esfuerzo y
encontrándose siempre un escalón más alto que el anterior para llegar a la cima,
consiguió dar clases en la Universidad de Jaén, donde en la actualidad es
profesora del Departamento de Filología Inglesa, estando en este momento de
excedencia. Para ella, impartir docencia es algo mágico, sagrado. Entrar en el
aula la transforma y hace que olvide cualquier trago amargo. Es una gran
responsabilidad, y la mejor compensación que recibe, es la cara de un alumno o
de una alumna agradecida por lo aprendido.
Cree que ha sido política
desde que nació. Desde siempre, supo que había algo que cambiar con hechos, no
con palabras: la desigualdad. Para ella la política es actuar por la igualdad
de oportunidades. No puede concebirla de otra forma, como mujer comprometida.
Luego vino la posibilidad de ser concejala, y abrazó con pasión la política
local (la más bonita, dice ella) durante diez años. Diez años en los que soñó y se
ilusionó con proyectos culturales y educativos para su pueblo. Más tarde, se
convirtió en Diputada Provincial de Cultura y Deportes y, posteriormente, de
Igualdad. Durante esta última fase en Diputación y, conforme a su ideología
feminista, se entregó a trabajar por visibilizar la labor, injustamente
silenciada, de muchas mujeres: jóvenes o mayores, con estudios o sin ellos,
pero que han sido el pilar vertebrador de la sociedad y han tirado del carro en
momentos duros.
Por la confianza que muchas
personas e instituciones depositaron en ella, desempeña en la actualidad el
cargo de Delegada Territorial de Educación de la Junta de Andalucía en Jaén.
Una ocupación tan difícil como apasionante. En tiempos duros para quienes están
en el noble oficio de la política, tiempos en los que el bajo reconocimiento
social de esta labor se ha impuesto como tendencia y en los que cualquier paso
que se da está en entredicho, sigue creyendo ciegamente en ella.
De sus viajes por varios
países extranjeros mientras desarrollaba un proyecto de investigación, aprendió
que todos los seres humanos son hermanos y están unidos en sus diferencias, que
la solidaridad entre países es algo maravilloso. De su paso por la Universidad,
que la lectura, los idiomas y la cultura nos hacen críticos y libres. De la
política, que jamás hay que resignarse, y que cuanto más difícil es el fin, más
pasión hay que ponerle a los medios. Siempre le gustó escribir y hablar de
sentimientos.
Aunque, como dice (creo
que con cierta ingenuidad), ha cometido muchos errores, hay cosas que, si
volviera a empezar de nuevo, jamás cambiaría: la familia en la que nació, el
pueblo que la vio crecer, la persona con la que vive, el oficio que eligió y el
compromiso político que, una vez asumido, es imposible de abandonar porque se
lleva en las venas.
Donde quiera que el
destino la lleve, seguirá luchando y trabajando. No sabe vivir de otra forma.
Con ustedes YOLANDA
CABALLERO ACEITUNO.
FELICES FIESTAS,
PRÓSPERO AÑO Y BUEN PREGÓN TENGAN USTEDES.