Ha
muerto mi amigo Venancio
Blanco Martín.
Académico numerario de la Real Academia de Bellas Artes de San
Fernando. Su
obra se encuentra en diversos museos nacionales y extranjeros como
los Museos
Vaticanos,
Museo
Nacional de El Cairo,
Museo
de Bellas Artes de Amberes,
Museo de Bellas Artes de Salamanca, la Catedral
de la Almudena
o el Museo
de Arte Reina Sofía,
en Madrid, etc.
No es mucha la historia de
nuestra relación, pero sí bastante intensa en una determinada
época. Yo conocía algo de su arte por la serie de trabajos que
aportó a la revista ‘Candil’, como portadas (‘Cante’,
realizada en bronce y publicada en el número 21; ‘Marcando el
compás’, también en bronce en el ejemplar 36) e ilustraciones en
números como el de ‘Paco
de Lucía’, o la
portada del número 100, ‘Por bulerías’, la cual me regaló
durante la celebración del XIV Concurso de Córdoba, en 1995.
Coincidimos en el XIII Certamen
cordobés el año 1992. Era el artista-escultor invitado desde hacía
bastantes ediciones del mismo porque sus esculturas premiaban
artísticamente los especiales ‘Silverio’ (Al cantaor o cantaora
más completo), Antonio (Al bailaor o bailaora más completo) y
‘Ziryab’ (Al guitarrista más completo). A partir de aquella
primavera, Venancio Blanco me fue enseñando arte, compostura
profesional, sosiego en mis decisiones en el jurado, a la vez que nos
confirió –a mi mujer a y mí- una amistad hermosa en compañía de
su mujer María Pilar Quintana, pues casi siempre nos juntábamos al
lado de ellos, de ‘Fosforito’ y su esposa Maribel, en las comidas
y tertulias pertinentes de los miembros del jurado.
“Fue
un genio en constante ebullición y caracterizado por una inquietud a
la que no dio tregua hasta los últimos años de su vida, donde
siguió dibujando y exponiendo como homenaje a algunos de sus
cómplices: Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz y el caballero Don
Quijote.”
Mas, he de
señalar que yo lo veía como un escultor de flamencos y del mundo
taurino. Nunca se me olvidará como en el patio de butacas del ‘Gran
Teatro’ cordobés abría su bloc de dibujo y con su colección de
rotuladores iba esbozando formas, posturas, movimientos y hasta –así
lo intuía- compases y ‘quejíos’ de los protagonistas que
visionaba y escuchaba en el escenario del teatro. A veces, cuando él
consideraba que el boceto-dibujo era enseñable, a pocos nos lo
presentaba para deleite nuestro.
Escribe en
‘El País’ su hijo, Venancio Blanco Quintana que su padre le
inculcó que
y que
“La
naturaleza muere, pero la belleza se desprende de la muerte y da paso
a otra belleza. La belleza nunca muere.”
Como nunca
morirán nuestros recuerdos de prestantes veladas flamencas y
tertulias junto a él “De
momentos vividos de gracia y humor”, como
expresa en su dedicatoria del dibujo ‘Por bulerías’.
Rafael
Valera Espinosa
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