En este álgido tiempo en el que nuestro
arte parece estar alcanzando cotas de popularidad a internacional como pocos
podían imaginar, aunque sin alcanzar –por parte de las administraciones- las
que esta música merece, la triste y
temprana muerte de ‘Paco de
Lucía’ parece haber dejado algo de
orfandad en el mundo de la guitarra flamenca y, aunque así lo consideren
algunos, no debemos de caer en deprimentes lamentaciones, pues tenemos otros
artistas que continúan trabajando con tanta pasión como el algecireño por el
engrandecimiento del instrumento flamenco. Es el caso de Manolo Sanlúcar, y por
tanto, quiero rememorar aspectos de su biografía.
Se ha de considerar que la carrera de nuestro insigne guitarrista es una de las más brillantes de la historia de este arte. Su nombre alcanza el pedestal flamenco como uno de los más avanzados en la creatividad musical, en su virtuosa interpretación, en la necesidad de incrementar su versatilidad artística, en el afán de materializar una lucha por defender la categoría y el reconocimiento oficial y general del flamenco como otra disciplina musical a la altura de la que más, y en estructurar una escuela que prosiga su labor de engrandecimiento de esta nuestra cultura, como lo vienen haciendo Vicente Amigo, Rafael Riqueni, Niño de Pura, Juan Carlos Romero, Pedro Sierra o Paco Arriaga.
La vida de Manuel Muñoz Alcón “Manolo Sanlúcar”, va aconteciendo
como la de los grandes genios de la música. No queremos hacer comparaciones con
cualquier otro gran autor, mas si nos atenemos a lo que ha sido su existencia,
la biografía del guitarrista de Sanlúcar de Barrameda, ha sido y
afortunadamente es legendaria.

Y como en toda biografía de músico, sus inicios tienen inspiración en
otras personalidades artísticas, es decir en otras escuelas de guitarra
flamenca. La primera, por simpatía con los gustos paternos, la del jerezano Javier
Molina. Las siguientes vendrían a través del estudio exhaustivo que ejerce
sobre los recreadores del toque flamenco. Así, Manolo Sanlúcar descubre, entre
otros, la musicalidad de Ramón Montoya, la creatividad de Manuel
Serrapí “Niño Ricardo”, o la autodidáctica frescura de Diego el del
Gastor. Continuará.
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