miércoles, 15 de febrero de 2017

Memoria flamenca. MANUEL LLERENA “EL CHATO DE LA ISLA” (I)

“CAMARÓN ES UN FUERA DE SERIE.”

El Chato de la Isla entrevistado por Rafael Valera
Estábamos en la primavera de 1990 y ya habían desaparecido singulares y eminentes artistas representativos del sello gaditano como Manolo Vargas o Pericón de Cádiz, herederos de Aurelio Sellés Nondedeu, el cual a su vez había establecido el seguimiento de la escuela de Enrique Jiménez “El Mellizo”. Cierto que había otros representantes de la referida escuela como Benito Rodríguez Rey “Beni de Cádiz”, o Juan Manuel Rodríguez Sarabia “Chano Lobato”. Mas, estos últimos acrisolaban en su arte una doble escuela, la aludida y la caracolera. Es menester señalar que nuestro protagonista también estaba subyugado por la citada dicotomía cantaora. Sin embargo, Manuel Llerena Ramos “El Chato de la Isla” era un poco –no mucho- más antiguo que los dos últimos. El afán del colectivo de la Peña Flamenca de Jaén era conocer de primera mano los ambientes cantaores gaditanos de la postguerra, de ahí que se reclamara la presencia del añejo cantaor de San Fernando para que cantara y nos relatara sus vivencias para la revista “Candil”.

Era menudo y con singular e inconfundible aspecto por su chatera. Alegre, jovial y, a pesar de su edad cuando le hice la entrevista, estaba pleno de vitalidad. Vino a la Peña de Jaén para constatar su ensolerado arte, el cual estaba impregnado de aires salineros y ecos de Manolo Caracol. ‘El Chato de la Isla’ era uno de esos cantaores a los que se cuajó la voz cantando en tranvías que hacían el trayecto entre San Fernando y Cádiz. Muchas fueron sus vivencias flamencas, y numerosos los artistas con lo que convivió. Al igual que otros intérpretes de su comarca cantaora, José Llerena Ramos emigró a Madrid, a comienzos de los sesenta, en busca de una vida más coherente con su arte, y que a la vez fuera compatible con la desarrollada en las ventas y tugurios de la zona que le vio nacer. Mantenía una auténtica devoción por Camarón de la Isla, enamoramiento que iba aparejado por los ecos de Manolo Caracol. Nacido en 1926, accedió a que le entrevistara para ‘Candil” con auténtico deleite.

Rafael Valera: ¿Cómo fueron tus inicios flamencos?

Respuesta:“Empecé desde muy chiquitito, tendría unos siete años. Comencé a cantar en los tranvías que iban de Cádiz a San Fernando por aquella época. Me quedé sin padre y tenía que mantener a mí familia, a mis hermanas, que eran mayores que  yo. Cantaba –como he dicho- en los tranvías, luego pasaba la gorrilla, cogía dos perrillas y llevaba que comer a mí casa todos los días. Casé a mis hermanas, que por cierto ya han muerto las pobres… De veinticuatro que tuvo mi madre, el único que queda soy yo, el más feo: ‘El Chato de la Isla’.

P: Normalmente ¿Cuánto sacabas en una jornada de cante en los tranvías?

R: “Pues sacaba mucho dinero. Yo estaba como si fuera inspector, me bajaba de uno y me subía en otro, me subía y me bajaba, así estaba todo el día y al final me iba a mi casa con los bolsillos llenos de perras. Los primero dos reales que ganaba me los daba el cobrador del tranvía para que picara la gente, luego se los devolvía. Así me tiré algunos años… lo menos seis u ocho. Después me fui a la Venta de Vargas y allí me tiré dieciocho o veinte años, y así fue como he ido pasando la vida.”

P: ¿En tu familia ha habido antecedentes cantaores?

R: “En la familia mía, mi padre cantaba muy requetebién, pero no se dedicaba a esto porque era patrón de barco de pesca, pero cantaba muy bien. Cantaba cuando tenía dos copas, pero no se dedicó al cante. Profesionalmente yo he sío el primero de mi familia. Bueno, aunque no se han dedicao tampoco a esto, en mi familia de los Pavones si hay algunos primos que cantan bien. Mi padre se llamaba Ramón Llerena Pavón. Mis primos están bien colocaos y ninguno se inclinó por el cante.”

P: ¿Y tus hijos, apuntan algo?

R: ¿Mis chiquillos…? ¡Ninguno! Les gusta el toque pero ninguno canta. ¡Bueno… tengo uno que canta!  Ya ves, lo más difícil… Uno que ha nació en Madrid canta gracioso, pero no canta las cosas del padre, canta las cosas de Camarón. Y es que le gusta el Camarón a rabiar y yo lo veo muy bien.”

P: ¿Tú conviviste con Camarón y Rancapino en tus años de cante en Cádiz?

R: “¡Si hombre! Rancapino me gusta mucho cantando porque canta gracioso y me gusta a mí. Canta con cierta fatiguita, pero muy a compás y con mucho ritmo, canta muy requetebién. Y del Camarón ¿qué quieres que te diga…? Que es un fuera de serie, lo mejor que ha dao la historia. No de ahora, sino de hace muchísimos años.”

P: Volviendo a tu vida y a tu cante en los tranvías… ¿la gente te solicitaba los cantes?

R: “¡No, qué va! Yo cantaba lo que me salía y así trincaba. Cantaba fandangos, bulerías, alegrías… Lo que me salía en el momento, después pasaba mi gorrilla y a trincar. Como he referido, siendo ya mayor pasé a la Venta de Vargas y después a Madrid.”

P: ¿Con quién alternabas en la Venta de Vargas?

R: “Allí ha estao Fosforito, que entonces estaba haciendo la mili y allí nos buscábamos la vida los dos. También estuvo mi compadre Fernando Terremoto… Hasta Canalejas de Puerto Real estuvo cantando con nosotros. Caracol también ha cantao en la Venta, Juan Valderrama también estuvo allí… Por la Venta de Vargas han pasao muchos artistas.”

P: ¿Se vivía mejor entonces mejor el flamenco?

R: “Ahora se vive mejor que antes. Entonces se pasaban muchísimas fatigas para poder vivir con el flamenco. Primero que te pagaban muy poco y te tenían toa la noche para ganar veinte duros. Y además te decían… ¿Qué quieres…? Yo trabajo ocho horas para ganar quince duros y encima te pago veinte. Era una época jodia. ¡Ahora sí! Había otra solera, otra cosa, otro… ¡Yo qué sé cómo explicarlo…! No sé explicarlo porque soy un analfabeto, pero había otra solera, otro compañerismo, gente más sana. Ahora hay más picardía. En aquél tiempo me llevaba muy bien con Fosforito… Eramos como hermanos. También con otro cantaor que se llamaba ‘El Chaqueta de Chiclana’ que ya no se dedica a esto.”

Continuará.

Rafael Valera Espinosa

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