“CAMARÓN ES UN
FUERA DE SERIE.”
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El Chato de la Isla entrevistado por Rafael Valera |
Estábamos en la
primavera de 1990 y ya habían desaparecido singulares y eminentes artistas
representativos del sello gaditano como Manolo
Vargas o Pericón de Cádiz,
herederos de Aurelio Sellés Nondedeu,
el cual a su vez había establecido el seguimiento de la escuela de Enrique Jiménez “El Mellizo”. Cierto
que había otros representantes de la referida escuela como Benito Rodríguez Rey “Beni de Cádiz”, o Juan Manuel Rodríguez Sarabia “Chano Lobato”. Mas, estos últimos
acrisolaban en su arte una doble escuela, la aludida y la caracolera. Es
menester señalar que nuestro protagonista también estaba subyugado por la
citada dicotomía cantaora. Sin embargo, Manuel
Llerena Ramos “El Chato de la Isla” era un poco –no mucho- más antiguo que
los dos últimos. El afán del colectivo de la Peña Flamenca de Jaén era conocer
de primera mano los ambientes cantaores gaditanos de la postguerra, de ahí que
se reclamara la presencia del añejo cantaor de San Fernando para que cantara y
nos relatara sus vivencias para la revista “Candil”.
Era menudo y con
singular e inconfundible aspecto por su chatera. Alegre, jovial y, a pesar de
su edad cuando le hice la entrevista, estaba pleno de vitalidad. Vino a la Peña
de Jaén para constatar su ensolerado arte, el cual estaba impregnado de aires
salineros y ecos de Manolo Caracol.
‘El Chato de la Isla’ era uno de esos cantaores a los que se cuajó la voz
cantando en tranvías que hacían el trayecto entre San Fernando y Cádiz. Muchas
fueron sus vivencias flamencas, y numerosos los artistas con lo que convivió.
Al igual que otros intérpretes de su comarca cantaora, José Llerena Ramos
emigró a Madrid, a comienzos de los sesenta, en busca de una vida más coherente
con su arte, y que a la vez fuera compatible con la desarrollada en las ventas
y tugurios de la zona que le vio nacer. Mantenía una auténtica devoción por Camarón de la Isla, enamoramiento que
iba aparejado por los ecos de Manolo
Caracol. Nacido en 1926, accedió a que le entrevistara para ‘Candil” con
auténtico deleite.
Rafael
Valera: ¿Cómo
fueron tus inicios flamencos?
Respuesta:“Empecé
desde muy chiquitito, tendría unos siete años. Comencé a cantar en los tranvías
que iban de Cádiz a San Fernando por aquella época. Me quedé sin padre y tenía
que mantener a mí familia, a mis hermanas, que eran mayores que yo. Cantaba –como he dicho- en los tranvías,
luego pasaba la gorrilla, cogía dos perrillas y llevaba que comer a mí casa
todos los días. Casé a mis hermanas, que por cierto ya han muerto las pobres…
De veinticuatro que tuvo mi madre, el único que queda soy yo, el más feo: ‘El
Chato de la Isla’.
P: Normalmente ¿Cuánto sacabas en
una jornada de cante en los tranvías?
R:
“Pues
sacaba mucho dinero. Yo estaba como si fuera inspector, me bajaba de uno y me
subía en otro, me subía y me bajaba, así estaba todo el día y al final me iba a
mi casa con los bolsillos llenos de perras. Los primero dos reales que ganaba
me los daba el cobrador del tranvía para que picara la gente, luego se los
devolvía. Así me tiré algunos años… lo menos seis u ocho. Después me fui a la
Venta de Vargas y allí me tiré dieciocho o veinte años, y así fue como he ido
pasando la vida.”
P:
¿En tu familia
ha habido antecedentes cantaores?
R:
“En
la familia mía, mi padre cantaba muy requetebién, pero no se dedicaba a esto
porque era patrón de barco de pesca, pero cantaba muy bien. Cantaba cuando
tenía dos copas, pero no se dedicó al cante. Profesionalmente yo he sío el
primero de mi familia. Bueno, aunque no se han dedicao tampoco a esto, en mi
familia de los Pavones si hay algunos primos que cantan bien. Mi padre se
llamaba Ramón Llerena Pavón. Mis primos están bien colocaos y ninguno se
inclinó por el cante.”
P:
¿Y tus hijos,
apuntan algo?
R:
¿Mis chiquillos…? ¡Ninguno! Les gusta el
toque pero ninguno canta. ¡Bueno… tengo uno que canta! Ya ves, lo más difícil… Uno que ha nació en
Madrid canta gracioso, pero no canta las cosas del padre, canta las cosas de
Camarón. Y es que le gusta el Camarón a rabiar y yo lo veo muy bien.”
P:
¿Tú conviviste
con Camarón y Rancapino en tus años
de cante en Cádiz?
R:
“¡Si
hombre! Rancapino me gusta mucho cantando porque canta gracioso y me gusta a
mí. Canta con cierta fatiguita, pero muy a compás y con mucho ritmo, canta muy
requetebién. Y del Camarón ¿qué quieres que te diga…? Que es un fuera de serie,
lo mejor que ha dao la historia. No de ahora, sino de hace muchísimos años.”
P:
Volviendo a tu
vida y a tu cante en los tranvías… ¿la gente te solicitaba los cantes?
R:
“¡No,
qué va! Yo cantaba lo que me salía y así trincaba. Cantaba fandangos, bulerías,
alegrías… Lo que me salía en el momento, después pasaba mi gorrilla y a
trincar. Como he referido, siendo ya mayor pasé a la Venta de Vargas y después
a Madrid.”
P:
¿Con quién
alternabas en la Venta de Vargas?
R:
“Allí
ha estao Fosforito, que entonces
estaba haciendo la mili y allí nos buscábamos la vida los dos. También estuvo
mi compadre Fernando Terremoto…
Hasta Canalejas de Puerto Real
estuvo cantando con nosotros. Caracol también ha cantao en la Venta, Juan Valderrama también estuvo allí…
Por la Venta de Vargas han pasao muchos artistas.”
P:
¿Se vivía mejor
entonces mejor el flamenco?
R:
“Ahora
se vive mejor que antes. Entonces se pasaban muchísimas fatigas para poder
vivir con el flamenco. Primero que te pagaban muy poco y te tenían toa la noche
para ganar veinte duros. Y además te decían… ¿Qué quieres…? Yo trabajo ocho
horas para ganar quince duros y encima te pago veinte. Era una época jodia.
¡Ahora sí! Había otra solera, otra cosa, otro… ¡Yo qué sé cómo explicarlo…! No
sé explicarlo porque soy un analfabeto, pero había otra solera, otro
compañerismo, gente más sana. Ahora hay más picardía. En aquél tiempo me
llevaba muy bien con Fosforito… Eramos como hermanos. También con otro cantaor
que se llamaba ‘El Chaqueta de Chiclana’
que ya no se dedica a esto.”
Continuará.