Quiero recordar en la columna de hoy a un gran maestro de la crítica
flamenca, el cual me enseñó muchos de los conocimientos que he
venido adquiriendo sobre nuestra música, de las acertadas pautas a
seguir en este trabajo, y a sopesar con calma los calificativos
flamencos sobre los artistas. Falleció en 2002, más en la memoria
de los aficionados sigue su ilustre quehacer en RNE en Sevilla y en
la prensa de la capital hispalense.
Miguel Acal (foto de Paco Sánchez) |
Miguel Acal Jiménez comenzó con 18 años ha dejar constancia
de su valía y afición a través de escritos y crónicas
radiofónicas, para posteriormente instaurar su magisterio como
columnista y realizador-presentador de programas de radio. Y es que
su verdadera maestría, entre otras muchas circunstancias, le vino a
través de inolvidables y numerosas vivencias con los artistas
flamencos a los que conocía por su constante tesón por este arte.
Fue propulsor de una línea vanguardista para su época que se ha
quedado como patrón a seguir por otros muchos. El hecho de citar a
los flamencos por su nombre y dos apellidos, aparte del apelativo
correspondiente, incidía aún más en el conocimiento de la figura
en cuestión, de su linaje artístico y de su trayectoria
profesional. El aferrarse siempre a la concienzuda verdad de lo visto
y vivido durante el espectáculo flamenco, hizo que sus críticas o
crónicas gozaran del prestigio del que siempre acertaba en sus
manifestaciones periodísticas y radiofónicas.
Fiel seguidor de la ortodoxia flamenca, sin dejar de observar con
interés los movimientos de renovación artística de esta universal
música, siempre valoraba acertadamente lo sustancioso de cada
manifestación flamenca, y a veces con comentarios premonitorios
sobre el futuro venidero de las trayectorias de los artistas, que más
tarde se confirmaban. Quizás esta fuera una de sus cualidades más
señeras. Cuidaba con respeto y honestidad a los protagonistas de sus
críticas, e incidía en resaltar siempre lo mejor de cada uno, sin
dejar de apuntillar por el camino que no se había de seguir.
Enamorado a ultranza de las zonas cantaoras de su Sevilla y de
Utrera, de las voces netamente flamencas, o de los acertados patrones
marcados por Antonio Mairena, Miguel expuso siempre la riqueza
musical que unas y otro habían establecido en la historia del
flamenco. Y lo constató con la verdad que le otorgaba su
conocimiento e imparcialidad como crítico, aunque no por ello dejó
de reconocer y apreciar los valores que se atribuyen y aceptan a
otras escuelas cantaoras.
Miguel era un flamenco al cual recordaremos siempre como ejemplo a
seguir en este difícil trabajo; un colaborador certero y prestante
que nos arropaba, como muchos otros, a continuar con entusiasmo en la
labor de publicar la revista ‘Candil’; un hombre que en todo
momento estaba dispuesto a prestarnos su enorme capacidad flamenca
para documentar y resaltar nuestros contenidos; una persona a la que
siempre recordaré con cariño por sus enseñanzas y por tantos y
placenteros momentos vividos en común en los ambientes flamencos.
Rafael Valera Espinosa
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