El balcón de la Peña Flamenca de Jaén, en Semana Santa, es como una extensión de los cantones de Jesús, en la que cualquiera con un mínimo de sensibilidad pasionista desea asomarse a ver pasar procesiones. Una baranda “a priori!” privilegiada desde donde contemplar en primera línea los hondísimos gestos de Rosario López cuando cantaba a Jesús de los Descalzos la Madrugada de las madrugadas de aquí.
Y allí es donde la personalidad —seria y, al tiempo, simpatiquísima y generosa en humor— de Rafael Valera Espinosa hacía sentir a gusto a quienes, ansiosos de balcón, acudían a la primera planta de la histórica Peña los días de la Pasión según Jaén.

Se ha ido Rafael, como se fueron tantos antes y como, después, seguiremos yéndonos. Pero la huella humana y la sabiduría flamenca del que fuera emblemático presidente de la institución de la calle Maestra son como los ecos largos de una siguirilla de esas que pellizcan el hígado y duelen como una caricia a flor de sangre. “¡A quién le contaré yo / las penas que estoy pasando! / Se las contaré a la tierra / cuando me estén enterrando”, sentencia una soleá.
Que la tierra te sea leve, Rafael, y no entre el silencio en tus oídos, inacabables de profundidad por mucho que la muerte siga rompiendo las guitarras.
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